... empezando el año con una buena dosis de culpabilidad ...

Esta última semana ha sido  un poco floja en cuanto a entrenos... El trabajo y los niños sin cole lo justifican. Escuchaba hace unos días en un telediario que las navidades suponen un "extra" que produce agotamiento en abuelos y progenitores que quieren  aprovechar al máximo todo lo que éstas fiestas  nos ofrecen, para disfrute de los más pequeños.  Entre hacer compras, visitar al olentzero, cabalgata de Reyes, visita al Parque Infantil de Navidad, espectáculo de "Bob Esponja", exposición de Belenes,  paseo tardío por Bilbao para ver las luces navideñas, película de cine (este año " Las crónicas de Narnia"), .... Combinado con 8h de trabajo y a penas 7h de sueño...queda poco, poco tiempo para entrenar.

El domingo decidimos ir en familia a la piscina..... Me permití  un pensamiento egoísta y planeé dejar a los dos enanos jugando con Alb mientras yo me escapaba a saludar a la piscina olímpica, comentarle mis intenciones de empezar a visitarla de forma asidua, y por qué no, aprovechar la ocasión para probarme un poquito, ver si me molestaba el hombro e incluso empezar a entrenar haciendo unos 1.000 m..... Al principio  fue casi imposible escaparse, los peques querían jugar con nosotros todo el rato y el más pequeño no se soltaba ni por asomo.... Pero cuando los chicos se fueron a la ducha y me quede con la nena, le  convencí para que se quedase praticando en la piscina mediana, en la que hace pie, y me fui a la grande con intención de hacer unos largos.... Que finalmente solo fueron  dos, porque ¡torpe de mi! se me  ocurrió mirar por encima del agua para ver qué hacia la enana y cuando la he visto, sola, con sus ojitos mirando como un papa jugaba con sus retoños, sola y triste, sin su  mami egoísta que solo piensa en sus entrenos.... no he podido evitar  salir inmediatamente de la piscina grande y zambullime en la mediana, darle un achuchón que le hiciera sentir que su amatxu estaba con ella, y seguir con las "aguadillas" y los "corre a que no me pillas".

En la revista Runners de Noviembre de 2010, leí un artículo titulado "Los niños ¿Por qué sales a correr, Mami?", y me encantó. Según lo leía me sentía plenamente identificada con la autora, podría hace mía cada una de las palabras y sentimientos que en él se describen; más o menos decía así.

Mis hijos muestran dos actitudes respecto a mi afición. 
La primera : la odian.
Cuando me pongo la ropa de correr, Ben, que lee un libro en la cama me pregunta "Mami ¿sales a correr ahora?" Le respondo que sí y el mira por la ventana a los barrenderos que pasan por la calle, Mientras Amelia, que hace 5 min estaba charlando alegremente con sus muñecas en su habitación, entra de repente y me grita "mami, no te vayas!", agarrándose a mis piernas y llorando a lágrima viva. No importa que pueda pasar tranquila en su habitación los 45 min que salgo a correr, sin darse cuenta de que no estoy. Tampoco importa las 12h que pasamos juntas ayer y las que pasaremos hoy, ni que a sus seis años sepa que siempre que voy a correr, sólo estoy n poco de tiempo fuera de casa y siempre vuelvo. Todo eso parece no importar. Mi hija se comporta como si fuese a irme de viaje a Siberia seis meses. Su histrionismo contagia a Ben, que salta llorando de la cama y se agarra a la otra pierna. Agobiada por la escena llamo en auxilio a mi marido, sin saber que esta apoltronado en el baño. La falta de respuesta desata mi impaciencia, por lo que libero mis piernas de los pulpos y fijo mis ojos en la meta : la puerta de la calle. La entreabro un poco y me escabullo de los gritos que dejo a mi espalda "Mami,mami!", sin mirar atrás. Ni que decir tiene que cuando vuelvo a casa, los niños sentados en el sofá, ni siquiera se dan cuenta de mi regreso.
La segunda: quieren ser como yo.
Cuando mi hija Amelia tenía 4 años corrió una carrera que se celebraba en Halloween. Con un disfraz de mariposa, corrió los 100 m lo más rápido que pudo, con sus antenas dando botes. Después no podía parar de hablar de ello (y de la bolsa de regalos que le dieron). Colgó el dorsal de la carrera en la puerta de la habitación. la mañana siguiente su profesora me contó que no nunca había visto a Amelia tan orgullosa como cuando volvía a contar su carrera.
Este comportamiento de Dr. Jekylly y Mr. Hyde suscita dos sentimientos contrapuestos en los progenitores : culpa y orgullo.
El primero aparece con facilidad, y de repente te descubres pensando " en algún otro lugar, una madre se pasa la mañana del sábado ayudando a su hijo con las tablas de multiplicar, llevándole a clases de taekwondo, organizando una fiesta en casa, o haciendo magdalenas con él"
En algún sitio hay una madre que no se va a correr, pero esa no soy yo......Cuando empiezo a sentirme bien mientras me alejo de casa corriendo, a distancia del alcance de los gritos de mis hijos, no dejo de preguntarme si sus primeros recuerdos estarán  dominados por la imagen de la espalda de su madre saliendo por la puerta, dejándoles en casa llorando y gritando. Es una posibilidad, los recuerdos son muy aleatorios. 
Pero luego veo a mi hija Amelia participar en otra carrera y la culpa deja lugar a un intenso sentimiento de orgullo. Con las mejillas sonrosadas, camina agarrándome la mano cuando vamos hacía el coche de vuelta, mientras yo me siento llena de alegría en el interior de esta madre que, hoy además, es un modelo a seguir.

Comentarios

  1. Me ha parecido preciosa esta entrada y muy curiosa, yo ademas de correr, entreno tambien en la piscina los sabados normalmente 45 minutitos y se nota barbaro, besos y un abrazo.

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